El hecho es que si bien muchos ciudadanos ya se han percatado de cierto despelote en el flamante Govern, a solo unas semanas de haber tomado posesión de la institución pública en Catalunya, prevalece cierta sensación de indiferencia. Es sabido que políticos y horno por la boca se calientan y los primeros, llegado el caso, acaban disparando más que apuntan. Cansados de la etapa anterior, en la cual el ejecutivo mamaba y gruñía simultáneamente, un considerable número de electores, en mi opinión, optó por una acentuada corrección de las maneras en que los máximos dirigentes políticos de la Generalitat desempeñaban las funciones propias del encargo popular. Sin embargo, representa que, institucionalmente, hemos pasado de caminar tres en un zapato a dos (federación de CiU) y, por consiguiente, con calzado justo nadie anda a gusto. Pongo por caso, de lo señalado arriba, el carrusel de declaraciones sobre “financiación” y “solidaridad interterritorial”, vertidas desde el Govern o por integrantes destacados de la federación que lo sustenta en el Poder, que ha precedido la visita institucional del President a La Moncloa. Por lo tanto, nuevamente nos hallamos ante el cuento de nunca acabar. Entre tanto Autonomía y Estado disputan sobre la disminuida riqueza de la mayoría de contribuyentes, la ciudadanía recibe prestaciones indecentes o pésimas indistintamente de qué autoridad competencial gestione los servicios públicos. Mientras, pese a las escandalosas retribuciones gubernamentales de cabecillas políticos y su excesivo personal de digital nombramiento, ¡ruede la bola!
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