domingo, 16 de octubre de 2011

¡Ya es decir!

15-O en Barcelona, esa jornada en la que la inmensa mayoría de nuestros principales representantes políticos en Catalunya anduvieron desplegando banderas en las alturas (Montjuïc). Todos ellos afanados en su acostumbrada línea de echar mano de abstracciones ideológicas sobre un lienzo bicolor como banderín de enganche de la causa nacionalista. En esta ocasión, hasta el extremo de obstinarse en dotar a la “senyera” de un quijotesco empeño: facilitar la “cohesión social”.
En contraposición, abajo, el pueblo llano “indignado” volvió a echarse a la calle masivamente, en mayor número que unos meses atrás, para exigir remedio a las dificultades que lastran su devenir cotidiano. Todo ello, paradójicamente, sin enarbolar una sola “senyera” (si la hubo, no la advertí; entre tanto gentío, apenas sí destacaban dos “estelades”, un par de docenas de tricolores –republicanas-, una islandesa y una argelina junto a otra africana –si no recuerdo mal, una egipcia-; por cierto, “el pajarito” -helicóptero-… ni asomó, otro hecho inusual, junto a la casi ausencia de banderas, en acontecimientos de esta índole en Catalunya).
Arriba, todo igual; abajo, algo cambia. ¿Quizá los ciudadanos empiezan a percibir que, más que resolver dificultades, las banderas forman parte del problema?

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