miércoles, 10 de noviembre de 2010

Ópera bufa

Desde las instituciones públicas en Catalunya quienes mueven los hilos, vaya, los peces gordos, llevan largo tiempo -30 años- tratando de extender el monótono escenario de su farsa al ancho panorama exterior; esto es, Catalunya en su conjunto e incluso, en la apoteosis de la representación - por qué no-, lo que en el argot de esta peculiar compañía se ha dado en llamar, “Els Països Catalans”. Para tan indescriptible tarea, no han dudado en incrementar progresivamente la “troupe” de funcionarios y altos cargos de confianza con toda índole de operarios hasta límites insostenibles. Algunos, cual avanzadillas de inconfesables ensoñaciones propias de toda obra nacionalista, como representantes lanzados por esos mundos de dios para sentar plaza en futuras y exitosas giras allende las estreñidas fronteras que la Historia se encaprichó en determinarles. Para tan arriesgada puesta en escena, quién mejor que alzapuertas salido de la propia familia de los primeros actores del reparto. Para garantizar que la empresa perdurase en cartelera, apenas tuvieron que vencer escrúpulos al dotarse de una prensa fiel y agradecida, muy dada al buen vivir al amparo de abundantes anuncios institucionales a toda plana bien remunerados, cuando no de suculentas subvenciones públicas “periódicas” que por supuesto –no me sean, por favor, mal pensados- nada tienen que ver (en tan noble profesión es notorio que existe una extendida inclinación a trabajar por amor al Arte) con la publicación de artículos de fondo, editoriales, columnas, reseñas y otras bagatelas por el estilo. Añadido a lo anterior, para mayor y mejor penetración en lo grueso del patio de butacas de los cuatro cuadrantes provinciales, cierto día, un anónimo seguidor de la causa tuvo la cardinal idea de introducir estratégicamente entre el público asistente al graderío y en el patio de butacas lo que se conoce por “sociedad civil” y un sinfin de plataformas privadas archisubvencionadas para mejor contagiar a patalear, aplaudir o silbar según el lance requiera, vaya, lo que cualquier desalmado, como quien esto escribe, calificaría como los más eficientes apuntadores convertidos en correa de trasmisión de la voluntad política de los mayores empresarios de la Magnánima Institución Pública. Como enlace final, lo que hace que todo quede aparentemente “anudado (no sea que alguien se ofenda si escribo atado) y bien anudado” tuvo su preludio en esta ópera bufa el mismo día del ensayo general antes del gran estreno ante el respetable pueblo llano donde la sacrosanta Dirección del sector acordó una suerte de parodia a modo de Ley Electoral donde todos los votos no tenían la facultad de sumar lo mismo; es decir, la función más representada podía ser la menos galardonada, todo dependía del cuadrante donde se ubicase el componente del Gran Jurado. De tal manera que, un solo voto (el del coro) podría neutralizar a cuatro (el de figurinistas, maquilladores, porteros y encargadas de guardarropas) de la provincia con menos partidarios de la obra nacionalista oficial. Sin embargo, tanta “perfección” difícil será que dure cien años en este orbe tan inclinado a reverenciar a la musa “Moda” y más pronto que tarde… bueno ya saben ustedes… ¡córcholis! (es lo más fuerte que jamás escuché decir a la beata prima –Pilar- de mi difunto papá), no será un servidor quien lo deje caer, pero las “malas lenguas” de un tiempo a esta parte aseguran que cierto guión hiperrealista, interpretado por una compañía de amateurs que se da en llamar Ciutadans (pisó el escenario del teatro Tivolium hace unos años y recientemente ha representado en el Romeum con gran júbilo) el 28 de noviembre en la Gran Gala aspira a colgarse algún laurel. Ah, por cierto, si les preguntan, a mí ni me conocen, que tengo entendido que los que cortan el bacalao en las altas instancias gastan malas pulgas y yo lo último que busco son problemas.

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