lunes, 29 de noviembre de 2010

Dios sabe la verdad

Ahora, tras un elevadísimo escrutinio de los sufragios depositados en las urnas repartidas por toda Catalunya, estamos en disposición de prescindir de conjeturas, más o menos acertadas, sobre cuál es la realidad política actual. Ante la explícita correlación de partidos políticos surgida de la cita electoral, procede felicitar a la fuerza política más reforzada y que, pese a no haber obtenido la mayoría absoluta, se me antoja inimaginable que en los próximos días no halle la posibilidad de acceder al Palau de la Generalitat. Por consiguiente, no sería ocioso analizar el elevado grado de relación entre el rédito electoral cosechado por CiU y el despiadado castigo infligido al Tripartit por su manifiesta incapacidad para defender al conjunto de la sociedad de los feroces zarpazos que asesta la crisis económica. En mi opinión, la patética imagen de falta de liderazgo que ha trasmitido a la opinión pública, quien ha presidido el Govern en los postreros cuatro larguísimos años, empeorada permanentemente por la tragicómica relación interna de los diversos actores políticos que lo han formado, ha sido determinante para que hayamos asistido a un abrupto cambio de las fuerzas dominantes en la escena política de Catalunya sin precedentes en la etapa democrática. Vaya, a los salientes, que Dios les dé tanta paz, como descanso dejan. Refuerza el sentido de que el ganador lo ha sido más por demérito de su principal adversario que por mérito propio, los contrapuestos argumentos que la federación moralmente victoriosa ha ido diseminando en el tramo final de la última legislatura con el claro propósito de encaramarse al Poder: una contundente respuesta al Tribunal Constitucional, un espectacular aumento del independentismo y una concluyente derrota del PP en Catalunya. Pues bien, los partidos políticos que, indirecta o directamente, recurrieron el actual Estatut de Autonomía (Ciutadans y PP) han aumentado fehacientemente el número de catalanes que les apoyan; el cómputo total de diputados que alcanzan los partidos políticos que se declaran inequívocamente independentistas cae en número estrepitosamente y qué decir del espectacular aumento de escaños logrados por el PP. En adelante, quienes nos gobiernen en la novena legislatura están en su legítimo derecho de continuar doblegando la realidad catalana a voluntad o seguir hablando de la mar si lo creen oportuno; sin embargo, a muchos de nuestros conciudadanos, la dramática y precaria situación que hace mella en el seno de sus familias no les van a permitir expresarse con serenidad y diplomacia antes sus principales representantes políticos. Vaya, a los entrantes, que Dios los coja confesados de errar en fijar el orden de prioridades por más que busquen cabezas de turco.

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